Stoltzes Herz - Corazon orgulloso - Lacrimosa con subtitulos en español

Capítulo 4: El Funeral

>> sábado, 11 de abril de 2009

El Funeral

Inés Alcocer había tenido tres pasiones en su vida. La primera fue su hija, la segunda su trabajo y la tercera la música.

Sofía había aprendido de su madre, y sospechaba que se trataba de una de las enseñanzas del maestro turco, que al morir, lo más importante eran los primeros nueve días. Por más que hubiera querido tener el cuerpo de su madre a su lado durante ese tiempo, las leyes mexicanas eran totalmente inflexibles al respecto y exigían la sepultura dentro de un plazo no mayor a las veinticuatro horas. En un momento de inspiración Sofía había decidido que, para darle la oportunidad a su madre de tener una buena transición al otro mundo, ésta tenía que estar acompañada con música. Con la ayuda de los gemelos, se pasó la noche en vela llenando su Ipod con la música favorita de su madre, con la intensión de meter el aparato en el ataúd de Inés y pedir al administrador del panteón que lo dejara enchufado en la corriente durante los primeros nueve días. El administrador del panteón, su amigo personal tras años de acudir a la tumba de su abuelo acompañado de doña Martha, su abuela y madre de Inés, no le negaría el favor bajo ninguna circunstancia.

Muy temprano en la mañana, había dispuesto un equipo de sonido en la sala de la casa de las Alcocer, en pleno corazón de la colonia del Valle, para acompañar el duelo con música. Ni ella, ni Inés lo hubieran podido concebir de otra manera. La mañana comenzó con el disco “Stille” de Lacrimosa, una selección obligada para antes de que se despertara la abuela ya que detestaba ese tipo de música, pero siendo pianista adoraba la música clásica. A “Stille” le siguieron los réquiems de Berlioz, Mozart y Haydn, hasta tener su culminación con el “Requiem Alemán” de Brahms, cuya grabación dirigida por Herbert von Karajan terminó de justo antes de que llegara el sacerdote a oficiar la misa y el cortejo saliera al panteón.

De los literalmente cientos que llegaron a desfilar y rendir el último adiós a Inés, Sofía no recordaba a ninguno, salvo a un hombre, de la misma edad de su madre que parecía particularmente afectado por su muerte. Sofía no lo había visto nunca y no recordaba que su madre lo hubiera mencionado. El hombre, de nombre Rodrigo, le había dicho que había sido novio de su madre en la secundaria, pero Inés, por el otro lado nunca le había mencionado a nadie que hubiera sido novio, la hubiera amado o con el que hubiera tenido algún romance. Sofía comprendía desde el fondo de su corazón que eso tenía que ver con el misterio de su nacimiento. Un misterio que pronto se desvelaría cuando tuviera tiempo de abrir el cofrecito de su madre y cuya llave dentro del dije de corazón ya llevaba colgado en el cuello.

A parte de haberse quedado intrigada con la presencia del tal Rodrigo y tener mucho cuidado con la parte musical, Sofía realmente prestó poca atención a los sucesos del día. Siempre que sucedía algo en el que las energías eran particularmente densas, como en ese día, Sofía se dejaba rodear por una nube de protección que interponía una barrera de distancia entre ella y la realidad. Hacer esto también era algo que le había enseñado su madre y la fuente, en este caso lo sabía con toda certeza, era el misterioso maestro turco.

Sofía no podía, ni quería guardar luto. Sabía en el fondo de su corazón que su madre simplemente se había ido a otro mundo y que ya habría oportunidad de entrar en contacto con ella más adelante. Inés se lo había prometido porque el maestro turco se le había presentado y le había dicho que eso era posible. Sin estar convencido de ello, su madre quizá hubiera luchado más en contra de su enfermedad y hasta hubiera tenido la fuerza de derrotarla. Así que la verdadera despedida de su madre vendría más adelante, si es que alguna vez se daba. El lazo entre las dos era demasiado fuerte como para poder romperse por la muerte.

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Después de haber regresado del panteón y haber comido de mala gana los guisos que Gloria, la sirvienta y dueña real del bienestar de los habitantes de la casa desde tiempos inmemoriales, les había puesto en la mesa como por arte de magia a pesar de no haber tenido tiempo para cocinar entre todas las cosas que la habían ocupado durante la jornada, Sofía se despidió cariñosamente de su abuela y se dirigió al tercer piso de la casa donde estaba instalada una vasta biblioteca y cuarto de trabajo donde ya tres generaciones de Alcocer habían pasado buena parte de su tiempo. La mayoría de los libros habían sido adquiridos por el abuelo, pero su madre y ella misma ya habían aportado lo suyo y la habitación contaba con una colección nada desdeñable de libros sobre todo tipo de temas, pero, sobre todo, de libros dedicados a la historia y la arqueología, la disciplina que las mismas tres generaciones de Alcocer habían decido ejercer como su opción profesional. En la biblioteca se encontraban dos escritorios, el primero, había sido el del abuelo, y desde su muerte lo había utilizado Inés. El segundo, adquirido en los tiempos universitarios de su madre, con el tiempo se había convertido en el suyo y Sofía suponía, que por razones de derecho histórico, ahora tendría que empezar a utilizar el primero.

Llena de un respetuoso temor decidió experimentar primero la sensación de sentarse en el viejo mueble tan lleno de historia. En un primer lugar se sintió pequeña, pero poco a poco se fue llenando de la convicción de que también ella tendría que lograr hacer su aportación y, aunque el reto era grande, estaba convencida de que tenía en todo lo necesario en su interior para lograrlo. Desde que tenía uso de memoria, los lugares de juego y más tarde de estudio y primeras experiencias en todo siempre habían sido las zonas arqueológicas donde laboraba su madre. La más frecuente había sido Palenque donde Inés había participado en media docena de proyectos de excavación, los últimos tres en calidad de jefa del equipo de trabajo. Sofía sentía un nexo muy especial con ese sitio y, ya desde que se había titulado, se había propuesto hablar con el director del Instituto Nacional de Antropología e Historia para que le diera la oportunidad de seguir explorando el sitio a la primera oportunidad, sin que le importara realmente el puesto o grado de responsabilidad en el equipo. Pero antes de que se presentara la oportunidad de hacerlo, Inés había enfermado y desde entonces había dedicado todo su tiempo al cuidado de su progenitora.

Metida en estas reflexiones, la vista de Sofía recorrió la biblioteca. De pronto se quedó fija en el grupo de sillones que usaban para leer. Dispuesta en el centro estaba una mesita que normalmente estaba llena de tazas de café tan llenas como vacías. En vez de las tazas, en este momento se dio cuenta que allí estaba el cofrecito de su madre. Se preguntó quién de la familia lo habría colocado en ese lugar ya que Inés raras veces lo sacaba de su dormitorio. Se levantó del escritorio y se dirigió al grupo de sillones. Prendió la lámpara de lectura que se encontraba detrás de uno de ellos y se sentó sin poder quitar la vista del cofre.

Exhausta como estaba, no lograba decidir si debía abrirlo en ese momento o esperar a que recuperara sus fuerzas. Como muchas veces antes, le ganó el cansancio y se quedó profundamente dormida.

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Sofía reconocía el lugar porque había estado allí unos 15 años cuando su madre realizó una excavación en el sitio. Indudablemente era Isla Mujeres. Pero no era la Isla Mujeres que conocía. A su alrededor se encontraba una ciudad tal y como debió existido en los tiempos mayas. Ella misma estaba parada sobre una plataforma de piedra de posiblemente 7 o 9 escalones de altura. Rodeando la plataforma estaba un gran número de mujeres ataviadas con la indumentaria característica de las sacerdotisas mayas: faldón, pechos desnudos cubiertos con gran cantidad de collares hechos en su mayoría de conchas marinas de las grandes variedades, y complicados peinados en los que el cabello se confundía con plumas y piedras semipreciosas de todo tipo entre las que predominaba el jade. Cada una de las sacerdotisas portaba o un sahumerio o alguna otra ofrenda. No se sorprendió al darse cuenta que estaba desnuda. Dos de las sacerdotisas se desprendieron del círculo y con pasos firmes pero ligeros subieron a la plataforma. Una de ellas tenía prendas de vestir dobladas sobre sus brazos y la otra lentamente comenzó a vestirla. Olía intensamente a una mezcla de incienso compuesta de cacao, copal y otros aromas que no lograba identificar. Sofía se quedo parada pacientemente mientras la sacerdotisa la vestía y le arreglaba el cabello con un grado de dulzura insospechada. Sofía se dio cuenta que cada uno de sus cabellos estaba sintiendo lo que la sacerdotisa le iba haciendo. Desde lejos comenzó a escuchar el sonido de las caracolas. Unos momentos más tarde escucho la algarabía de la gente que se iba acercando. Poco a poco la plaza se fue llenando de gente que reía, danzaba y festejaba. Sofía contempló estupefacta el espectáculo que se desarrollaba a su alrededor. Cada vez iba llegando más gente. Las caracolas dejaron de sonar y dieron paso al sonido de tambores ejecutados con gran maestría. Sofía se dio cuenta que la estaban festejando a ella. Se dio cuenta que lo que la gente festejaba era su nacimiento. Finalmente se dio cuenta que era una diosa. La diosa Ixchel, la diosa doncella anciana. Sintió que la responsabilidad que llevaba en el interior de su corazón la abrumaba. No se sentía capaz de cumplir con lo que una diosa tenía que brindar a toda esa gente. De pronto el cielo se tapó con pesadas nubes grises que pronto descargaron sus aguas de forma tormentosa. Nunca había visto que pudiera caer tanta agua del cielo en tan poco tiempo. Sintió como el agua la purificaba y purificaba a toda la gente que la rodeaba. Se dio cuenta que todas las fuerzas de la naturaleza la acompañaban y eran sus aliadas. Sintió que la responsabilidad ya no era tanta, ni tan abrumadora. Tenía de su lado a los aliados más poderosos que existían. Sus aliados eran la naturaleza misma y todas sus fuerzas. Sofía se sintió reconfortada, renovada y renacida. Despierta.

Sofía se despertó con un sobresalto. Tardó unos momentos en ubicarse y luego sonrió. La nana Gloria, preocupada como siempre, en vez de despertarla para llevarla ala cama, había traído una cobija para taparla. Disfrutó unos instantes más su despertar antes de moverse. Por la ranura de la persiana percibió los rayos rojizos del sol que estaba anunciando el nuevo día.

En su oído interior escuchó los pasajes de la “Sinfonía desde el Nuevo Mundo” de Dvorak, y pensó que esa era la pieza que debía estar tocando el Ipod en el ataúd de su madre. Se incorporó y decidió poner esa misma pieza en el aparato de sonido de la biblioteca. Cuando comenzaron a sonar las primeras notas comenzaron a desfilar los recuerdos de las decenas de ocasiones en las que ella y su madre habían escuchado esa misma sinfonía trabajando en algo conjunto o sumidas cada una en su propio trabajo. Sofía se dirigió a la ventana para abrir la persiana cuando, sin tocar, Gloria abrió la puerta llevando una charola con todo lo necesario para un buen desayuno.
A ver la charola, Sofía nuevamente sonrió:

“¿Estás en tu sano juicio, nana? ¡Definitivamente no soy capaz de comer todo eso yo solita!”

“Supongo que entonces tendrás que compartir la comida con otros.”

Gloria depositó la charola en la mesa, junto al cofre y se volvió a dirigir a la puerta.

“Está despierta y pueden pasar.”

Los fieles gemelos Azalea y Atabulo entraron en la habitación como un torbellino.

“Llevan media hora esperando que te despiertes. Nunca en su vida se habían aparecido por aquí tan temprano,” explicó Gloria.

Sofía recibió a los gemelos con una sonrisa.

“Está bien, nana, supongo que días especiales merecen horas especiales. Solo espero que mientras esperaban te ayudaron por lo menos a hacer el desayuno.”

“Bueno, Azalea, tostó el pan y Atabulo exprimió las naranjas.”

“¿Nos vas a educar o nos vas a saludar?,” preguntó Azalea fingiendo indignación.

“Buenos días a ambos y supongo que va a ser un día de educación. En ese cofrecito que está sobre la mesa están escondidos algunos secretos sobre mi persona que van a contribuir a ello. ¿Tú no sabes de casualidad como llegó el cofrecito allí, nana?”

“Supongo que el espíritu de tu madre lo puso allí,” contestó la interpelada con una sonrisa que aceptaba su culpa. “Inesita me lo pidió cuando entré con ella la última vez. Y también me dijo que sería bueno que los gemelos estuvieran presentes. Adivinaba muchas cosas, tu madre, que en paz descanse.”

“¿Y supongo que también conoces muchos de los secretos que están escondidos allí?”

“Tu mamá me dijo mucha cosas y otras las adiviné yo. Quizá, si después de haber explorado el cofre, te quedan algunas dudas, puedes bajar a la cocina y torturar mi memoria.”

La nana siempre decía eso cuando Sofía le preguntaba cosas del pasado. Cuando le hacía preguntas sobre el abuelo, sobre su propia infancia o otros detalles.

“Hay, nana, no tengo la culpa de que seas milenaria,” contestó Sofía riendo amablemente, “y ahora a desayunar, que sospecho que tenemos un largo día por delante.”

La sinfonía desde el Nuevo Mundo llegó a su crescendo cuando los tres más jóvenes se abalanzaron sobre el desayuno como huérfanos de hospicio. Gloria los contempló con una sonrisa triste en la comisura de los labios durante unos momentos. Luego salió de la habitación.

Sofía tardó todavía unos momentos para atreverse a abrir el cofrecito de su madre. Sabía de antemano que lo que iba a encontrar no iba a ser un secreto para el que no estuviera preparada. De todas formas vaciló, y no fue hasta que Atabulo la animó con unas palabras que se animó a hacerlo. Lentamente se descolgó el dije de corazón y sus dedos nerviosos tardaron otros minutos más para encontrar el mecanismo de apertura. Luego apareció la llave. Era una llave pequeña que apenas podía sujetarse con los extremos de los dedos. Lo introdujo en el candado y finalmente el cofre estaba abierto frente a ella.

Hasta arriba estaba colocada una carta que llevaba su nombre en el sobre. La sacó y decidió explorar el resto del contenido antes de leer la carta. Debajo de la carta había varios sobres más y un pequeño diario. Uno de los sobres era particularmente grueso. La mano de Inés había escrito: “La historia de tu padre”, en el costado. Decidió que este iba a ser el último sobre que abriría.

Los gemelos, a los que Sofía ya había informado sobre la existencia del cofrecito mostraban más curiosidad que ella y estaban que explotaban por saciarla.

“Prueba con lo más reciente. Debe de ser la carta que estaba hasta arriba.”

“Yo leería primero el diario. Un diario siempre tiene más secretos que un sobre,” le aconsejó Azalea, “Confía en la palabra de una mujer. Tu madre también era una.”

Sofía volvió a revisar los sobres y decidió abrir uno que decía: “Las tres diosas.” En su interior se encontraban ilustraciones que representaban a diosas de tres culturas diferentes. A las primeras dos Sofía las identifico de inmediato, una era una imagen muy familiar para ella, ya que su madre siempre la había tenido en su buró y se trataba de la Artemisa de Efeso. La otra era la diosa maya Ixchel y le recordó lo que había soñado.

“Esta diosa es Ixchel, es maya y acabo de soñar con ella. No, no con ella. Mejor dicho acabo de soñar que era ella.”

La tercera diosa debía de ser oriental, china o tibetana. Sofía sospechaba que se trataba de Quan Jin pero no estaba totalmente segura de ello.

Sofía comenzó a vislumbrar una conexión profunda. Recordaba que unos días atrás había soñado algo que podía tener referencia con la diosa Artemisa y acababa de soñar que era Ixchel. Ambos sueños eran cabos sueltos que ahora podían ser atados a algo. Su madre sabía algo sobre esto y Sofía intuía que vendría mucho más al revisar el contenido del cofre. Decidió que lo que procedía ahora era leer la carta dirigida a ella misma. Con sumo cuidado abrió el sobre y desdobló las dos hojas escritas con la fina letra de su madre:

“Querida hija:
Cuando leas estas líneas es porque ya no tuve tiempo de tener una conversación contigo y decirte todo lo que te tenía que decirte personalmente. Perdóname por eso. Sé que estoy enferma de gravedad y todavía no se si esa enfermedad me permita hablar contigo a tiempo.
Lo que te tengo que decir, en realidad se reduce a dos cosas: el cómo es que naciste y lo que me dijo el maestro justo antes de morir sobre ti.
A lo largo de los años te he platicado mucho del maestro y me he esforzado por transmitirte todo lo que me enseñó. Hoy en día, sabiendo lo enferma que estoy, se que el maestro no me enseñó nada para mí misma. Yo solo fui un vehículo para que tu, querida hija, recibieras esas enseñanzas de alguien cercano a ti y que pudiera vigilar tus avances. Creo que he logrado ese cometido así que mi tarea en el mundo está concluida. He cumplido mi promesa con el maestro y espero contemplar desde el otro mundo lo que él me dijo sobre ti unos momentos antes de su muerte.
Nunca te he relatado como murió el maestro y eso no lo pude hacer porque fue un momento sumamente doloroso. Pero, quizá por una gracia del destino, quizá por otra cosa, la muerte del maestro al mismo tiempo fue el momento de tu nacimiento. Sé que así tuvo que ser, pero solo Dios sabe cuánto pensé al principio que me hubiera gustado que hubiese sido de otra forma. Luego fuiste creciendo, primero en mi vientre y luego fuera de él y dejé de lamentarme. Hoy en día se que tu eres el regalo más grande que me pudo dar la vida. Voluntariamente quizá nunca me hubiera embarazado. Incluso teniendo a un hombre bueno, fiel y con todas las características de mi príncipe azul como pareja.
Acabas de leer la palabra voluntariamente… Si, mi pequeña, eso para ti va a ser lo más difícil de procesar quizá. Lo cierto es que fui violada y tu naciste de esa violación. Los detalles de cómo sucedió todo eso, quizá demasiados detalles sobre lo que fui sintiendo día con día los encontrarás en el diario.
Independientemente de ese hecho, paso algo muy curioso, muchos años más tarde. Cuando tu tío Aldo (ya sabemos que no es tu tío, pero me gustaría que le siguieras llamando así) fue enviado a la embajada de México en Turquía, me confesé con él y el logró dar con el hombre que te engendró. Hoy es un hombre importante. En su momento fue el comandante de una simple brigada y con el tiempo se hizo general. Cuando Aldo entró en contacto con él su respuesta fue asombrosa. Quizá en eso también tuvo que ver el maestro. Nos comunicó, a Aldo y a mi que nunca se casó, que se quedó perdidamente enamorado de la muchacha que violó y que nunca había podido formalizar una relación con mujer alguna porque mi imagen siempre le estuvo rondando en la cabeza. En unas vacaciones incluso vino a México con la intención de conocerme o por lo menos conocer el país del que era oriunda. Nunca supo cómo es que descubrió que yo era mexicana. El dice que simplemente lo intuyó. Y nos dijo que tan pronto como sus ocupaciones lo permitieran vendría a México a conocerte a ti y a mí. ¿No te parece curioso?
Yo en realidad tampoco nunca pude enamorarme. No porque tuviera su imagen en mi mente. Eso difícilmente se puede lograr con alguien que te violó, pero en el momento en que tú naciste y te tuve en mis brazos por primera vez, lo perdoné desde el fondo de mi corazón y lo hice todos los días desde entonces por el gran regalo que me dio. Ese regalo eres tú.
En el cofre también encontrarás un sobre con muchas cosas que él me mandó sobre sí mismo. Todo está en turco así que tanto a mí como a ti nos costará mucho trabajo entender lo que dice en esos papeles. De todas formas puedes intentarlo, sobre todo si algún día llegas a conocerlo. Quizá se hacen tan buenos amigos tú y él, como lo fuimos nosotras dos. No te cierres a la oportunidad, no me gustaría que lo hicieras. Si yo logré perdonarlo, con mucha más facilidad deberías de hacerlo tú.
Bueno, te preguntarás que tiene que ver todo esto con el maestro. Pues todo sucedió en su cueva. Como ya te dije, el hombre quien es tu padre es un soldado y todo sucedió durante una redada diseñada para atrapar justamente al maestro. No solo lo atraparon, sino que incluso lo mataron. Nuevamente te digo que los detalles de todo esto los encontrarás en el diario.
Pero hay algo que nunca escribí porque me lo grabé en el alma y la memoria. Ahora supongo que tengo que escribirlo por primera vez. Las últimas palabras del maestro fueron una profecía que te atañe desde lo más profundo. Solo sé que una parte de ella ya se ha cumplido, pero primero las palabras exactas tal y como me las dijo el maestro:
¡Cuando los doce se reúnan en torno a la semilla que llevas en tu vientre, los años oscuros se transformarán en años de luz! Esa semilla será tres veces la vieja diosa y un aliento para la humanidad.
La parte que creo que ya se cumplió es que dos o dadas las circunstancia uno de los doce ya los conoces y han estado a tu lado desde que naciste. Se trata, ya lo habrás adivinado, de los gemelos. Le tienes que preguntar a Gloria como es que ellos nacieron y toda la magia que se hizo entonces y como se conectaron contigo. Ella puede hacerlo mejor que yo, porque lo vivió en carne propia. Si no me crees todavía, te lo demuestro con una sonrisa. Como, bueno, te apuesto que ellos están allí contigo, mientras estás leyendo esta carta. Son más hermanos tuyos que hermanos carnales. Quiérelos mucho, tanto como yo los quise siempre.
Bien, con esto ya sabes todo lo que tienes que saber. Creo que la vida te impuso un gran reto y lamento no poder estar a tu lado para que pueda ayudarte a superarlo, pero, por el otro lado, quizá resulte ser un estorbo en ello. Pero al ver el reto ante ti, recuerda que no tienes porque asumirlo. Siempre tienes el derecho de elegir libremente tu camino.
Vive bien, disfruta la vida y vive cada momento como si fuera el último. En eso puedes tomarme como ejemplo. Creo que logré vivir mi vida justamente así y me voy en paz para reunirme nuevamente con el maestro.
Te quiere y adora
Inés, tu madre por siempre”

Al levantar la vista de la carta, Sofía vio que los gemelos la estaban observando atentamente y no quiso torturarlos por más tiempo.

“Supongo que mi madre escribió esto tanto para mí como para ustedes.”

Les pasó la carta para que la leyeran, sacó el diario del cofrecito y comenzó a leerlo.

el siguiente capítulo es "El Curandero" --- continúa aquí

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Videos sobre con la música mencionada en este capítulo

A continuación videos sobre la música que Sofía usó para el funeral de su madre y la Sinfonía desde el Nuevo Mundo de Dvorak que escuchó "con su oído interno" al día siguiente. No puede encontrar una versión aceptable del Requiem de Haydn.

Ein Deutsches Requiem - Johannes Brahms

Requiem de Mozart - dirigido por Solti - Introito (1 parte)

La obra completa en varias partes la encuentras si te sales a youtube... (ojalá en una ventana nueva)

Requiem Berlioz - dirigido por Bernstein - Parte 1 de 6

La obra completa en varias partes la encuentras si te sales a youtube... (ojalá en una ventana nueva)

Dvorak - Sinfonía desde el nuevo mundo - dirigida por Karajan

La obra completa en varias partes la encuentras si te sales a youtube... (ojalá en una ventana nueva)

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